CRÓNICA | Bogotá, ESTÉREO PICNIC 2024, Los Desprolijos y muchas empanadas
Los Desprolijos llegaron a Bogotá en el 2024, a registrar la apertura del FEP, la mayor aventura musical que han tenido hasta el momento y conocer lo más que podían de la escena musical de la capital.
Esta es una de esas historias que contaremos hasta que seamos viejos: Los Desprolijos, Diego e Iván, cumplieron su sueño y viajaron juntos a Bogotá para asistir al Festival Estéreo Picnic 2024. Lo hicieron como lo hacen los soñadores tercos: con el corazón lleno, la billetera recontra ajustada y el espíritu alborotado por la música.
Todo empezó con una conversación casual pero de esas que en el fondo ya tienen algo predestinado. Soy de esas personas que cuando se les mete una idea en la cabeza no descansan hasta verla tomar forma, y Diego, un artista por naturaleza, con música y rock en cada latido. Ambos sabíamos que el Festival Estéreo Picnic tendría como headliner a Paramore. Diego nunca pudo verlos cuando pasaron por Perú. Yo, en cambio, sí los había visto en vivo, y por eso sabía lo importante y catártico que sería ese concierto y quizá verlos por última vez. Hicimos un pacto y lo sellamos con un apretón de manos. Bogotá nos esperaba. Desde ese día, sin hacer demasiado ruido ni alardes, empezamos a mover todo: los pasajes, el itinerario, el hospedaje, las entrevistas, los ahorros. Todo giraba en torno a ese momento. Nuestro vuelo estaba programado para el 20 de marzo y desde el 19 ya no éramos personas normales. Diego, producto de la emoción del viaje, no llegó a dormir desde la noche anterior, y yo juraba que el tiempo se estiraba con maldad cuando llegamos con 2 horas de anticipación a la puerta de embarque. A las 4 AM de aquel 20 de marzo, despegamos de Lima con ojeras, audífonos, nerviosismo y una ilusión gigante sobre nosotros. Era la primera vez para ambos que salíamos del país.


El vuelo duró casi 3 horas y media. Al llegar al aeropuerto El Dorado de Bogotá, la emoción se mezcló con la confusión. Aquel lugar era enorme, con varios pasadizos, puertas y vías de salida y entrada. Entre preguntas, risas nerviosas y algunos trotes, logramos encontrar y recoger nuestras maletas, cambiar dinero y llegar a la entrada del aeropuerto. El plan era ahorrar, y si había que atravesar la ciudad en el Transmilenio, pues lo haríamos como valientes. Compramos una tarjeta parecida a la del Metropolitano antes de salir y menos mal había una estación afuera del aeropuerto. Casi de milagro hicimos los transbordos correctos para llegar a nuestro Airbnb al norte de Bogotá. Fue cuando estábamos dentro del bus que pudimos apreciar la vista durante el recorrido: la ciudad nos abrazaba con un verde desbordante, sus fachadas de ladrillo naranja y un cielo celeste que parecía salido de un filtro de fotos. Bogotá es hermosa, y lo estábamos apreciando por primera vez.


El hambre no perdona, así que bajando de nuestra estación de Transmilenio compramos empanadas que se veían y olían súper bien. Nada más al comerlas nos supieron a gloria y nos devolvió fuerzas y alma para caminar las últimas cuadras antes de llegar a nuestro apartamento. Al estar ahí, ya con las maletas desocupadas, casi no tuvimos descanso. Ordenamos como pudimos y vimos el mejor espacio para grabar ya que en dos horas habíamos pactado nuestra primera entrevista y estaba por llegar nuestra entrevistada: Mariscos. Fue una charla cercana, divertida y honesta. Al terminar la entrevista, cuando Mariana se fue cerca de las 3:30 pm, nuestros cuerpos no daban más y caímos rendidos. Cada uno en su habitación, consumidos por el silencio de la tarde. Despertamos cerca de las 9 pm, aún con los ojos medio pegados, algo mareados por la mala noche pero con el corazón feliz: el primer objetivo del viaje estaba cumplido.



El día siguiente fue de turismo y más entrevistas. Desayunamos en un conocido mercado de la capital, subimos al Cerro Monserrate, donde Bogotá se extendía bajo nuestros pies como un tapiz sin fin. Ahí nos percatamos de lo inmenso que es la ciudad. Conocimos la lluvia del lugar y nos dejó atrapados por media hora antes de poder subir a un taxi (InDriver existe en Colombia y funciona con tu misma cuenta). Habíamos distribuido el día en pasar la mañana conociendo la ciudad y por la tarde 2 entrevistas pactadas.



Ya algo cansados por la inesperada y ardua caminata que nos metimos de emocionados por la mañana, pasamos parte de la tarde en una bodega, en los suburbios de la capital. Las calles estaban mojadas, el clima templado, y esa bodega tenía vidrios hacia el exterior en toda su esquina que le daba una estética bastante peculiar si te encontrabas dentro. Aprovechamos en cargar equipos (celulares y cámaras) y pedimos unas empanadas cada uno y café. Sentimos mucha calma y nos quedamos en silencio por buen rato, escuchando música e investigando más sobre nuestra siguiente banda entrevistada: Lolabúm. Esta dupla de ecuatorianos, que ahora residen en Colombia, pertenecen al sello 'In-Correcto', quienes nos invitaron a sus oficinas para realizar la entrevista. Un encuentro que fue más una conversación entre camaradas y colegas musicales que una entrevista. Martín 'Techo' y Pedro Bonfim nos hicieron sentir cómodos y nos transmitieron mucha confianza. Terminada la reunión, partimos hacia otro lado de la capital ya que se acercaba uno de los momentos más esperados: entrevistar a Nicolás y Los Fumadores, banda que llevábamos siguiendo desde Perú. Llamamos a su manager Santiago, quien nos invitó a pasar a su casa, ya que todos estaban ahí juntos porque habían salido de una sesión de fotos. Creo que ese momento fue tanto de entrevista como de fan. Pudimos estar en el espacio que tanto vimos por Youtube, hacerles las preguntas que necesitábamos hacer y sentir esa energía de banda que nos transmitieron. Al despedirnos, tuvieron un grato gesto de regalarnos un par de camisetas de la banda.



El día del Festival: Música, lluvia y purito rock
Llegó el gran día. Nos levantamos con esa sensación de niño como cuando es Navidad. Desayunamos un 'buffet desprolijo': Ajinomen, arroz con huevo, tostadas, fruta, yogurt, café y jugo. La intención era aguantar hasta el fin del día. Tomamos un taxi directo al Parque Simón Bolívar. El clima se sentía templado, algo más frío, así que Diego y yo decidimos secarnos una chata de Brandy que habíamos comprado en una bodega antes de partir para poder 'calentarnos' y 'empilarnos' antes de entrar. Bebimos la mitad en el auto. El taxi nos dejó unas cuadras antes ya que el acceso era limitado. Bajamos y caminamos hacia el parque, pero la lluvia nos sorprendió con fuerza. Corrimos bajo los árboles, nos pusimos los ponchos de plástico que compramos el día anterior y nos refugiamos de mojarnos mientras nos terminábamos aquella botella de Brandy y conocíamos a más latinos igual de locos por la música que nosotros. El lugar estaba con mucho movimiento, había personas por todas partes. El Line Up para ese día era buenísimo: Mariscos, Buha 2030, Maca & Gero, Hozier, King Gizzard & The Lizard Wizard, Future Islands, Thirty Seconds To Mars, Limp Bizkit, Bad Gyal, Floating Points y Kings Of Leon. Todo distribuido en 4 escenarios.
Aunque originalmente viajamos y queríamos ver a Paramore, la banda canceló cerca de tres semanas antes, pero Kings of Leon tomó el relevo como la banda estelar de la apertura. Apenas entramos al parque, la lluvia desapareció como por arte de magia. El lugar era inmenso, extremadamente verde, lleno de vida. Activaciones, foodtrucks, puestos de alguna marca por todos lados. Era un mundo paralelo pero que giraba en torno a la música.



El primer show fue el de Mariscos, otra vez, ahora en modo diosa en el escenario Colsubsidio. Fue hipnótico de inicio a fin. Cantó todo su EP de micro canciones y unos temas como previa a lo que se viene en su próximo trabajo. Fue un show impecable, con visuales y la escuchamos por primera vez en formato banda. Al terminar su presentación, seguimos el camino entre el pasto mojado y multitudes con caras felices. Entrevistamos a personas de toda Latinoamérica: Colombia, México, Ecuador, Perú. El Estéreo Picnic se sentía como una gran familia con mil acentos. El lugar era tan grande que Diego y yo pusimos “puntos estratégicos” por si nos perdíamos (y funcionó durante la noche).
Estuve en el show de Hozier cantando "Take Me to Church" con miles de voces al unísono. Luego Diego nos llevó a ver a King Gizzard & the Lizard Wizard, y aunque esperábamos pogos salvajes, la energía fue más lisérgica. Gente disfrazada de dinosaurio, luces, y unos Desprolijos medio ebrios queriendo reventarse en el pogo... pero no hubo pogo. Igual, valió cada segundo. Conocimos a diversos personajes durante ese show y entregamos mucha fuerza en cada salto y grito. Viví uno de los momentos más importantes de mi vida cuando escuché en vivo a 30 Seconds to Mars, una de mis bandas favoritas desde los 12 años. No hubo forma de contenerme: grité, lloré, salté, canté cada letra como si mi vida dependiera de ello. Diego solo miraba como quien ve a su gran amigo cumpliendo un sueño de infancia. Era real.



Era el turno de Limp Bizkit, pero ya estábamos medio destruidos. Nos recostamos en el pasto, oyéndolos a lo lejos, en un momento de paz, como si el universo nos diera un respiro, mientras toda una multitud se rompía la cabeza a unos metros de nosotros.
Finalmente, el momento más importante de la noche, Kings of Leon. Nos subimos a unas gradas como a 100 o 150 metros del escenario y aún así se veía gigantesco todo. Con algo de frío por estar mojados, por el clima, por la noche, pero con el alma hirviendo. El setlist de aquella noche fue perfecto. Lloramos como adolescentes, recordando cuando veíamos los conciertos en la tele, cuando veíamos MTV World Stage y soñábamos con estar ahí. Ahora, lo estábamos. Dos grandes amigos, cumpliendo un sueño juntos. Nos sentíamos enormes en sentimientos y pequeños en cuerpo, rodeados de un océano de personas. Casi a la 1:30 a.m. salimos del parque arrastrando los pies, completamente exhaustos pero sumamente vivos. Recuerdo que caminábamos como zombies y que teníamos que hacer paradas para recuperar un mínimo de fuerza para caminar un tramo más. Compramos unas brochetas fritas de dudosa salubridad afuera, tomamos un taxi y retornamos en silencio.
Bogotá fue un antes y un después. Lo logramos. No con millones, ni con lujos, sino con ganas, con terquedad, con amor por la música y por lo que hacemos. Y esta crónica, más que un recuento, es una carta de amor a los sueños que se cumplen, a los amigos que te empujan hacia adelante, y a la música que nos hace, una y otra vez sentirnos vivos.
Puedes ver el registro en video de aquel día haciendo clic AQUÍ